Julio 2011
La hora del crepúsculo con sus fulgores y áureos colores nos anuncia que la noche se acerca.
Mientras el sol se va ocultando poco a poco, nuestras propias sombras se van extiendendo temerosas hacia las lejanías hasta fundirse con la oscuridad que sigilosa se aproxima para arroparnos totalmente.
A medida que transitamos por los caminos de la vida y como en la historia de cada día, el sol nos marca una ruta que comienza con el amanecer y nos acompaña con su fuerza y su luz hasta un momento en que decide alejarse lentamente y dejarnos solos para que enfrentemos sin su presencia las tinieblas.
Y al transitar por la oscura noche, los peligros asechan y nos hacen tropezar. El sol ya no estará con nosotros en esos momentos, y hará falta quien ilumine de nuevo el camino con su antorcha o linterna, pero nadie tiene en sus manos una luz tan intensa y potente, como la del sol que se ha ido.
Es entonces cuando cada quien tiene que poner su pequeña o gran luz para que efectivamente entre todos podamos iluminar de nuevo el camino y saber dónde estamos y hacia dónde vamos.
Seguimos transitando por la noche, y todavía no vemos la luz. Con tantas amenazas y dificultades ¿Llegaremos de nuevo al amanecer?
Solo basta el aporte de nuestra luz - la de cada uno de nosotros - no importa cuán grande o pequeña sea.
Ella siempre será necesaria.
Gustavo Pérez Ortega
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