De vez en cuando es bueno
ser consciente
de que hoy
de que ahora
estamos fabricando
las nostalgias
que descongelarán
algún futuro.
Mario Benedetti
Y los latinoamericanos… ¿qué?
Los posibles escenarios para el futuro de los países latinoamericanos van a exigir un gran esfuerzo intelectual con el fin de generar nuevos conocimientos, indispensables para poder actuar y responder a los retos que se derivan de cualquiera de ellos.
Nos encontramos en pleno siglo XXI y es lógico que todas las modalidades del pensamiento y del conocimiento traten de crear o de adaptarse, e inclusive de identificarse como las innovaciones de los tiempos que transcurren. Es así, como ahora se habla del Socialismo del Siglo XXI, o de la Democracia del Siglo XXI, y así también, aparecen un sin fin de nuevas corrientes del pensamiento que pretenden alzarse como pioneros de nuevas materias en este siglo.
Pero quiero concentrarme solo en las dos corrientes que mencioné: el socialismo y la democracia del siglo XXI.
Ambos conceptos se presentan o intentan presentarse como mutuamente excluyentes y como dos opciones sobre las que tendremos,especialmente los latinoamericanos, que decidir en algún momento con cuál de las dos tendencias nos quedamos, de no existir o presentarse alguna otra alternativa.
Lo lamentable en estos dos casos, es que ambas invenciones están inconclusas en la práctica y se hace muy difícil conseguir alguien quien pueda explicarnos y validar realmente en qué consisten.
Sobre el socialismo del siglo XXI, son muchos los autores que aún se pelean su primicia y autoría intelectual. El abanderado de esta política ha sido, por ahora, el presidente de Venezuela, quien ha tenido que recurrir y desechar igualmente a varios representantes e impulsadores de esta “nueva” corriente del pensamiento. Finalmente se ha acogido a su propia versión, muy personal y según parece, algo simplista.
Si bien es cierto que todavía no se sabe a ciencia cierta en qué consiste realmente el socialismo del siglo XXI, también es cierto que en la práctica solo se puede constatar por los avances que en Venezuela se han hecho sobre esta materia.
Es evidente, en este sentido y en su versión venezolana, que el nuevo socialismo tiene muchas raíces en común con el viejo comunismo propuesto por Marx, de ahí que no sea muy novedoso, y según el cual, solo es factible lograr los cambios deseados en la sociedad mediante el uso de la violencia y la destrucción absoluta del status de propiedad y del sistema capitalista actual.
De modo, que este “nuevo” sistema deberá sustentarse necesariamente, al igual que el deteriorado comunismo marxista, en el uso de la violencia, pero en este caso, será con la fuerza militar, hábilmente apropiada y reorientada para lograr estos propósitos.
El camino parece estar claro, y al menos en Venezuela, ha sido necesario en primer lugar crear, integrar y fortalecer un equipo de fuerzas armadas, absolutamente leales, que permita asegurar los métodos de convicción más adecuados y para incorporar o desincorporar del sistema a quienes no estén de acuerdo. No importa si esas fuerzas sean utilizadas contra los mismos connacionales o contra cualquier fraterno país vecino que le de sombra a los “imperialistas”.
El sistema logrará su cometido de arremeter contra la propiedad privada mediante una revolución, que necesariamente tendrá que ser violenta, a pesar de su aparente pacifismo inicial, porque su objetivo está dirigido contra la mitad de la población venezolana que no está, ni estará nunca de acuerdo con esa ideología.
Este sector de la población ha sido catalogada de antirrevolucionaria, oligarca, imperialista, y receptora de cualquier otro epíteto ofensivo que permita diferenciarla y discriminarla del resto de la población que dice estar de acuerdo con esa revolución.
Cualquiera que se oponga a esta revolución recibirá su buena dosis de amenazas, agresividad, insultos, y descalificación personal, si ello fuera necesario.
Ante la falta de otros argumentos que nos permitan identificar, aclarar o entender con mayor precisión cuáles son los fines últimos o de fondo que se persiguen con este nuevo sistema, parece ser que la única opción viable para poder implantarlo finalmente será a través del odio y la violencia, tal como lo pregonaba Marx.
Esa es la única forma, según Marx, al igual que el Che Guevara, quien también fue muy claro y tajante al respecto.
La "igualdad comunista", que se aduce como objetivo final, fue la misma excusa utilizada por Stalin y por el resto de los dictadores comunistas que lo siguieron, para imponer un régimen violento, autoritario y personalista. Una igualdad que evidentemente nunca alcanzaron, ni podrían lograr jamás por esa vía. La historia es más que archiconocida, y los resultados hablan por sí mismos.
Pero en el caso del socialismo venezolano, se han establecido lemas orientadores como que la “propiedad privada es mala”, o que “ser rico es malo”, sin dar ninguna explicación o argumentación que permita entender por qué son malos los ricos o son malos los propietarios, y peor aún, cuando los principales líderes del nuevo sistema, de manera evidente y sin mayor ocultamiento, son cada vez más ricos y a su vez propietarios de exclusivas viviendas en urbanizaciones del este de Caracas y grandes fincas en el interior de la República.
Al menos, pareciera que el nuevo sistema resulta inconsistente, contradictorio y poco firme en sus principios. Existe una notable brecha entre lo que se dice y lo que se hace, y al igual que en el comunismo ruso, y europeo oriental, pareciera que sus líderes terminan siendo “más iguales que los otros”, de modo que la diferencia de clases, en vez de atenuarse, queda muy bien marcada en sus extremos, entre los que están con el régimen comunista (muy ricos) y los que no están (muy pobres)
Pero debemos preguntarnos ¿Habrá algo realmente novedoso en el socialismo del siglo XXI?
Pareciera que no. Es el mismo “musiú”, como dice el refrán, pero ni siquiera con diferente “cachimba”, que irrefrenablemente, tarde o temprano, se terminará autodestruyendo como sucedió anteriormente con el sistema ruso, fundamentalmente por su inconsistencia. Lo realmente “malo” de este invento - la historia lo dice - es que al final no logra aplacar el odio, el terror y la violencia que lo inspiran y orientan, y termina por destruir al país y su propia capacidad de desarrollo, como un todo.
De modo, que con relación a esta primera opción mencionada, sus seguidores saben cuál es el camino a seguir en el siglo XXI. Es el camino promovido por la violencia y el odio, para lograr el paraíso comunista prometido. (Paraíso que finalmente solo disfrutarán unos pocos líderes del partido)
Se presenta casi como una alternativa religiosa frente al cristianismo declinante o cualquier otra religión, que también prometen un nuevo paraíso, pero que por el contrario, ofrecen alcanzarlo a través del amor y la paz - como vehículos - y no por el camino de la violencia, la destrucción y la muerte.
La otra opción que aparece como escenario factible en Latinoamérica para los años venideros, es la Democracia del Siglo XXI, cuyos autores también están dispersos y no existe una línea única de pensamiento al respecto.
Unos lo ligan a una democracia más socializada y participativa, con mayor presencia del Estado como ente regulador de la economía y de la sociedad, pero manteniendo los principios de libre mercado, dentro de la concepción del pensamiento liberal y en el contexto de un capitalismo cíclico y en plena evolución transformadora hacia una mayor equidad social. Se hacen intentos por separarlo del capitalismo salvaje del siglo XIX, y del industrialismo del siglo XX, al contrario del nuevo socialismo, que parece proponer el regreso y búsqueda de su sustento y explicación en el pensamiento y realidades de siglo antepasado y en una forma de imperialismo inexistente en esta época.
La nueva democracia propuesta tiene de fondo un espíritu más pragmático porque procura buscar una salida aplicable a la realidad actual, ante la globalización, la aceleración del conocimiento y la tecnología, la equidad social en la relación capital / trabajo y ante las amenazas de biodegradación del ambiente y el cambio climático, procurando establecer mejores condiciones para erradicar la pobreza en un ámbito de paz.
Sin embargo, al igual que el “nuevo” socialismo, en su pretendida versión de este siglo, la nueva versión propuesta para la democracia parece perderse en vanas discusiones, y en ambos casos, las propuestas carecen finalmente de un verdadero sustento lógico que permita verificar que tipo de cambios políticos y sociales se requieren y se pueden realmente lograr; y lo que es peor, ninguna de las dos propuestas presenta una forma validada, ni mecanismos efectivos y comprobados para lograr los cambios. Los modelos propuestos a seguir en Latinoamérica serían: Cuba, en el caso del nuevo socialismo, como ejemplo de país que logró alcanzar el deseado “paraíso” y el mar de la felicidad después de 50 años de régimen comunista (a consta de la libertad de todos los cubanos); y Brasil, como concepto, o más bien un indicio, de la nueva democracia social del siglo XXI.
El reto que se nos presenta es entonces un reto profundamente intelectual. Es un reto para la sociedad presente y la sociedad futura. Para el pensamiento colectivo e individual. Para todas las corrientes del conocimiento. Es necesaria la suma y acumulación de las inteligencias humanas en la búsqueda de soluciones adecuadas y equitativas para el desarrollo, si no queremos correr el riesgo de terminar en una nueva conflagración mundial, totalmente exterminadora, y mucho más efectiva que las ocurridas en el siglo XX.
En Latinoamérica existen instituciones que tradicionalmente han abordado el tema, como es el caso de la CEPAL, institución de las Naciones Unidas, que como sabemos, se pierde actualmente en sus propias lamentaciones y en su propio debate existencial. En estos últimos años se han quedado como aletargados, o hipnotizados, como esperando a ver qué sucede con el nuevo socialismo. No saben si apoyarlo o rebatirlo. Se quedaron en neutro, sin siquiera proponer un debate al respecto.
Es como si la izquierda tradicional latinoamericana se encontrara fracturada y desconcertada, por no decir sofocada, por la presencia del militarismo autoritario en sus líneas de pensamiento, que supuestamente, tanto han combatido a lo largo de los últimos años.
La pregunta es, entonces, ¿Estaremos dispuestos a asumir el reto de crear y aportar entre todos una modelo que sirva de salida a esta traumática situación?
Gustavo Pérez Ortega
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